jueves, 27 de julio de 2017

Cinderella Boy's Escape II


Capítulo 2



Desya se quedó paralizado unos segundos tras la afirmación del príncipe.

-Su... ¿yo?-parpadeó varias veces- ¿co-co-mo un esclavo?- tartamudeó.

-Si lo analizas bien,ladronzuelo, es un trato bastante conveniente- le explicó caminando hacia él mientras Desya retrocedía buscando el mejor camino hacía el balcón-Siempre sabrás dónde está el dinero y si te atrapo te convertirás en mi esclavo. El castigo por hurto a la corona, ofensa y daño físico al príncipe es despojo, flagelación pública y muerte por desmembramiento. Además toda tu familia se vendería como esclavos; en cambio si aceptas sólo tú te volverás el mío ¿No te parece un buen trato?- preguntó burlón, ladeando una sonrisa.

-¿Y si no acepto?- preguntó pasando duro.

El príncipe se rió de buena gana.

-Por favor, deja de jugar al hombre digno. Una vez ladrón, siempre ladrón. ¿No gastaste quince monedas de oro en una semana y volviste ansioso de más?- dio un par de pasos atrás y extendió la mano al balcón.

-¿Qué pretendes?- se preguntó si le estaba tendiendo una trampa ¿lo atraparía en cuanto intentara correr al balcón?

-Estoy haciendo una apuesta ladronzuelo. Puedes irte, toma ese dinero como un regalo de bienvenida a nuestro juego. No me decepciones.

Desya le observó un par de segundos y sabiendo que era su mejor oportunidad corrió a todo lo que le daban los pies hacia el balcón, volvió la mirada justo antes de saltar y pudo ver al príncipe de pie en la habitación, desde esa posición la luna iluminaba su rostro y notó que sonreía.


-Vuelve, ladronzuelo- no escuchó la voz, leyó sus labios mientras se dejaba caer del balcón hacia el árbol más cercano y su corazón se aceleró, sus mejillas se encendieron y cuando golpeó contra las ramas del árbol no sintió el dolor. Con el pulso corriendo más rápido que las gotas de lluvia en una tormenta bajó del árbol lo más rápido que pudo y corrió dentro del bosque, lejos del área custodiada por los guardias, directo al centro de éste.

Corrió por varios minutos y solo cuando vio el camino a su casa visible disminuyó el paso, notando que apenas y podía hacer que llegara el aire a sus pulmones.

-¿Qué... qué demonios ha sido eso? – jadeó notando que las piernas comenzaban a fallarle tras la pesada carrera.

Como un rayo la imagen del príncipe observándolo lanzarse del balcón volvió a su mente, pasó duro y se apretó el pecho.

-Qué demonios...- no podía entender su propia reacción. Se dejó caer en la entrada trasera de su hogar y se llevó las manos al rostro ardiente, confundido y emocionado- ¿por qué? ¿por qué siento que quiero volver ahí?- murmuró entre jadeos, apenas audible.

El pobre Desya, inexperto, joven e ignorante de pasiones carnales se quedó confundido y ansioso en aquel sitio, dejando que el frío de la madrugada calmara las ansias de su piel, de su inmaduro corazón. Para cuando se calmó, estaba frío y le dolía todo el cuerpo, se había dado varios golpes con ramas al huir y había corrido unos cinco kilómetros a todo lo que le daban las piernas. Así que al pararse dolió de lo cansado que estaba.

Luciendo aun más lamentable de lo normal, el joven aristócrata caminó escaleras arriba en la solitaria casa, todos aún dormían a esas horas. Se desvistió, el recuerdo del príncipe era una pequeña aventura que resonaba en el fondo de su corazón, pero su cansado cuerpo pedía que descansara. Escondió cinco monedas de oro más, el antifaz y la ropa oscura bajo el piso y se dejó caer en la cama cubriéndose con la vieja manta que llevaba años sin renovar. 


Sentía que apenas y había cerrado los ojos cuando alguien lo movió bruscamente para despertarlo.

-¡Desya! ¡Desya inútil! ¡despierta!- reconoció la voz de su madre en medio aún del sueño y entreabrió los ojos cansado.

-¿Qué desea madre? Estoy cansado- renegó quizá por primera vez en muchos años.

La condesa, escandalizada por la respuesta se llevó una mano al pecho.

-¿Cómo osas responderle así a tu madre? ¡chiquillo malcriado!- la respiración de la mujer se agitó de la sola indignación- ¡Levántate! El sol ya salió y tu hermana y yo necesitamos dinero para recoger su vestido nuevo.

Desya volvió a arroparse sumamente cansado y adolorido.

- El dinero está sobre la mesa, madre. Tómalo, ¿puedo seguir durmiendo?- preguntó a media voz.

La mujer buscó con la mirada el dinero y casi corrió a él antes de contestar. Revisó el contenido ¡había otras quince monedas de oro ahí! Sonriendo encantada volvió a cerrar la bolsa y camino a la puerta.

-Desde luego que si hijo, descansa, descansa. Tu hermana y yo vamos a arreglarnos para salir, buen trabajo muchachito- le felicitó saliendo de la habitación.

Mientras se quedaba dormido Desya escuchó decir que su hermana por fin podría renovar su anticuada joyería y algunas incoherencias más, entre sueños pensó que no tardaría en tener que visitar la habitación del príncipe de nuevo y por alguna razón... la idea no le desagradó del todo.

A medio día Desya se puso de pie y su madre aun no había vuelto a casa. Mentiría si dijese que eso no lo tenía más tranquilo. Se dio un baño y salió a revisar sus tierras. La cosecha estaba cerca y tenían que ser cuidadosos.

Cuando era un niño su madre no había querido vivir por más tiempo en un condado pobre, lejos de los bailes del palacio y las atracciones de la ciudad. Así que había terminado descuidando su tierra y mudándose a la capital. Actualmente Desya aún era "el hijo del conde", pues nunca habían podido confirmar la muerte de su padre. Sin embargo sus tierras habían sido recogidas por la corona y ellos apenas y tenían algunas y un par de decenas de siervos.

-Buen día, Austin- Desya se bajó de su caballo y entró a la pequeña casucha junto a los viñedos. El siervo sujeto su caballo y lo llevó a su sitio, en donde tenía agua y comida.

-Buen día señor, creímos que hoy no vendría- el hombre entrado en los cincuenta usaba ropa vieja, demasiado delgada de lo gastada que estaba.

-Si descuido este lugar un día terminaremos muriendo de hambre Austin.

-El cielo ha sido bueno con esta tierra desde que el señor está a cargo- Desya suspiró. Era cierto, sus tierras eran pocas y eran parte de la mansión que su padre le había comprado a su madre a las afueras de la ciudad que tanto amaba. Pero sin embargo tenía la mejor cosecha de los alrededores. Su vino podía ser vendido a un excelente precio pero su madre gastaba más de lo que él podía producir. Necesitaba hacer rendir cada moneda de oro que se quedaba.

Lo primero que hizo fue cambiar una de las monedas de oro por monedas de cobre para repartirlas entre sus siervos. El tenía que darles una parcela para cada uno para su uso personal, pero sabía perfectamente que ellos no tenían ni para comprar semillas. Al menos podía darles eso.

-Llama a todos. Tengo algo que darles- le indicó con un ademán de mano.

El hombre salió preocupado, no era un secreto que el amo tenía problemas financieros. Las cosas habían mejorado desde que el joven había tomado las riendas del negocio familiar, antes de eso la señora de la casa se había dedicado a contratar administradores crueles a los que solo se preocupaba por pedir más y más dinero hasta que prácticamente tenían que pagar para trabajar en los viñedos. La llegada del nuevo amo había sido una bendición. Pero nada bueno duraba demasiado.

Austin se encargo de reunir a todos los trabajadores y llevarlos frente a la oficina del administrador.

-Señor, ya están todos afuera- Desya que había estado enfrascado en los últimos libros de cuentas asintió, los cerro y se levantó. Al ver los rostros preocupados de los hombres y mujeres frente a el sonrió.

-Cada uno de ustedes tiene una parcela para su uso personal, pero estoy enterado de que apenas y tienen algo sembrado en ellas- les habló.

Los presentes bajaron sus cabezas, preocupados de que el amo les quitase la poca tierra que tenían.

-Mi señor...- le habló humildemente Austin, quien era el mar cercano a él- las semillas son más caras cada día y trabajamos todo lo que podemos... hacemos lo mejor que podemos con nuestra tierra...- el hombre mayor retorcía su raída ropa con nerviosismo.


-Lo sé Austin, lo sé, no he sido el mejor señor para ustedes. Así que haré esto. Cada uno de ustedes pasará a mi oficina a lo largo de la tarde, Austin los llamara cuando sea su turno y me dirán qué semillas necesitan para su uso personal, incluso una pequeña porción de aceite es posible, siempre y cuando no rebase las diez monedas de plata por cabeza. Es todo, vuelvan al trabajo- Desya se dirigió a Austin- Mándalos conmigo en el mismo orden en que se les paga.

Austin asintió y devolvió a los sorprendidos y emocionados siervos de vuelta al trabajo, sin embargo entró a la oficina antes que los demás.

-Señor... ¿está seguro de esto? El equivalente a diez monedas de plata... Señor, eso es más que nuestra paga semanal. Si los nobles se enteran no estarán contentos con usted.

Desya suspiró. Ya lo sabía, ningún noble estaría contento con que él se mostrase tan "generoso" con sus siervos y esclavos. Pero ya había pensado en eso.

-Lo que reciben del almacén por su trabajo apenas y es suficiente, sé perfectamente que no les es suficiente para comer, mucho menos para tener fuerzas para trabajar. Así que vamos a solucionar eso. Espero que bien comidos puedan trabajar mejor.

Austin asintió.

-Gracias, señor...- el hombre parecía como si fuese a llorar en cualquier momento- Su padre estaría muy orgulloso de usted- aseguró con congoja antes de salir.

Desya se sorprendió por la afirmación... su papá... ya que lo mencionaba era cierto. Esa forma de pago se la había enseñado su padre.

"La gente que no está acostumbrada a tener dinero en sus manos puede ser cegada por la aparente fortuna y desperdiciarla en alcohol, mujeres y frivolidades. Para los siervos, que dependen de ti, es más adecuado brindarles sustento"

Desya suspiró, esa había sido la respuesta que le había dado su padre cuando le había preguntado porque a los siervos se les pagaba en especie y no con dinero.



-Papa, ojalá hubieses aplicado ese pensamiento en mamá... me pregunto si yo mismo debería hacerlo...






1 comentario:

  1. Me alegra que sigas publicando, esta historia me encanta. Por favor no nos olvides por mucho tiempo

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