sábado, 13 de mayo de 2017

Cinderella Boy's Escape I


Capítulo 1


La noche había caído. En el Palacio el príncipe Maximilian caminaba por los pasillos hastiado, su padre era un fastidio, seguía con el discurso de que era tiempo de que se casara. Primero muerto y enterrado ¡que se casara Miles! su hermano menor podía fácilmente complacer a su padre en un futuro, ni siquiera podía imaginar tener que atarse de por vida a alguna dulce princesa, de verdad iba a terminar matándolo solo de amargura. Abrió bruscamente la puerta de su habitación y se encontró con una sombra delgada marcada por la luz de la luna que entraba por la ventana, estaba de perfil y se sobresaltó por el estruendo de la puerta a pesar de que parecía estar a punto de saltar por la ventana.

—¿Quién está ahí?— las velas no estaban encendidas, toda la habitación estaba a oscuras como le gustaba, pero gracias a eso no podía ver bien al intruso.

—Buenas noches mi Príncipe— la voz sonaba joven y algo  burlona, parecía tener algo que le cubría parte de la cara y el cabello debía ser claro pero no podía distinguir si era castaño o rubio—Tomaré esto prestado— mostrándole una pequeña bolsa con monedas de oro—Espero que no le importe.

Desya se permitió el tono burlón y curvear una sonrisa, el príncipe LeRose frunció el ceño aumentando solo el fastidio que ya tenía al entrar a la habitación.

—¿Cómo lograste llegar hasta mi habitación, escoria ladrona?— preguntó cruzándose de brazos, parecía realmente no importarle demasiado la pequeña bolsa de monedas de oro que el ladrón le había mostrado. Aunque para cualquiera en el pueblo aquella era una fortuna que jamás tendrían junta en toda su vida, para el príncipe era una simple miseria.

—Un buen mago nunca revela sus trucos, mi estimado príncipe— le respondió, sabía que debía saltar y marcharse de ahí, pero de alguna manera sentía que si se giraba para ver afuera  estaría perdido.

—Un mago callejero sin duda ¿has entrado a mi castillo y te conformas con esa miseria?— Desya apretó la bolsa en su mano, para él eso era más que suficiente, incluso habiendo pertenecido a la nobleza la diferencia con el príncipe era como la del mar y el cielo. Podían verse muy similares pero no estaban ni siquiera cerca de ser iguales.

Diciéndose que no debía pensar en ello Desya se limitó a soltar una risita y pararse en el borde de la ventana, sin darle la espalda a su interlocutor.

—Me alivia escuchar sus palabras príncipe, si esto es para usted solo una miseria, no hay necesidad de devolverlo ¿verdad?— le preguntó con voz calmada y jovial, ladeando el rostro con un gesto infantil y travieso. No dejaría que nadie notara lo que aquella situación le desagradaba.

El príncipe soltó un bufido y sonrió de medio lado ante la respuesta.

—Adelante, intenta llevártelo— descruzó los brazos y levantó el rostro en un gesto de arrogancia, su mal humor parecía haberse desvanecido como por arte de magia. Desya tuvo un mal presentimiento, las nubes cubrieron la luna en ese momento y con solo el instinto de su lado se giró para lanzarse por el balcón, el príncipe corrió hacia él y cuando iba a dejarse caer tras subir a la baranda, el príncipe tomó su tobillo jalando con fuerza y lanzándolo al suelo. El cuerpo de Desya cayó sin ningún cuidado, como un costal de papas en una bodega, quedando desubicado y adolorido.


Desya intentó levantarse pero el arrogante príncipe lo estampó contra el suelo con más fuerza, las nubes se movieron en ese instante y la luz de la luna entró por la ventana permitiéndole apreciar los cabellos al parecer castaños y un par de ojos azules como záfiros, las facciones finas pero masculinas… sin saber por qué, su corazón comenzó a latir fuertemente

— ¿Eso es todo lo que tienes?— preguntó en un susurro, con burla, con arrogancia mientras lo sometía en el suelo.

 Maximilian examinó emocionado la presa bajo su cuerpo, aquel era justo el tipo de desestrés que necesitaba.  Paseó la mirada por el rostro semicubierto por una máscara y la camisa negra, de tela aspera, ropa de plebeyo. La luz opaca que entraba por la ventana no lo dejaba ver bien del todo.
—¿Cómo es el ladrón bajo la máscara? Me pregunto qué clase de cara encontrare aquí— habló mientras intentaba someterlo con una mano para tener la otra libre. Desya aprovechó el movimiento para intentar soltarse.

Estaban forcejeando desesperación contra decisión. Rodaron por el suelo y los candelabros fueron a dar al suelo haciendo un ruido estrepitoso.

Tan concentrados el uno en el otro no notaron el ruido de los guardias acercándose, alarmados por el sonido de cosas cayendo en la habitación del príncipe.

—Príncipe ¿se encuentra bien?—  Maximilian no contestó, estaba luchando contra aquella rata, forcejeando por arrebatarle la máscara. Los guardias insistieron y finalmente empujaron la puerta rompiendo la cerradura. La luz entró fuerte desde los altos y luminosos candeleros del pasillo y Maximilian que estaba sobre Desya tuvo que parpadear para acostumbrarse. El rubio aprovechó el momento y se zafó del agarre casi arrastrándose al balcón.

—Ya nos veremos en otra ocasión príncipe— le gritó al tiempo que recogía rápidamente la bolsa de monedas que había ido a dar al suelo y saltaba por la ventana sin ningún cuidado, presa de la adrenalina.

Maximilian se levantó tan rápido como pudo reaccionar y corrió a la ventana pero solo pudo ver como una sombra ágil se movía casi imperceptiblemente entre las ramas hasta perderse en el bosque que estaba junto al Palacio, justo en el momento en que los incompetentes soldados irrumpían en su habitación.

— ¡¿Con qué derecho entran así a mi habitación?!— estaba enfadado consigo mismo por dejar escapar a aquel ladronzuelo y los pobres guardias terminaron pagando su mal humor.

Desya volvió a su casa aquella noche; mallugado y golpeado; alterado, emocionado y a la vez sintiendo que toda su moral se había ido al garete. Pero por encima de todo sin poder sacar de su cabeza el rostro a media luz del príncipe,  no lograba que la adrenalina generada por el forcejeo con él disminuyera en lo mas mínimo.

Solo en su habitación contempló la bolsa de moneras, eran 20 monedas de oro, separó cinco, le daría quince a su madre y guardaría las otras cinco por si era necesario. Suspiró sabiendo que aquel era dinero mal habido pero si lo usaba bien esperaba no tener que pasar por aquello nunca más.
Desya guardó su botín bajo una de las tablas flojas del suelo de su habitación, donde también escondía el diario de adolescente de su padre. El que había encontrado cuando él mismo había llegado a la adolescencia y había buscado un lugar para esconder alguna cosa de su madre.

Paso una semana entera antes de que la madre de Desya se terminara la pequeña fortuna que había conseguido para ella.

—Muy bien Desya, muy bien— le felicitó la tarde que mandó a llamarlo— Hiciste un buen trabajo antes, algo pobre pero viniendo de ti es casi un milagro— habló y le lanzó la bolsa vacía de monedas a los pies— Rellénala— le indicó.

—No es un vaso de agua, madre— le repuso entre dientes y la mujer golpeó contra el suelo sus nuevos y hermosos zapatos hechos a medida mientras apretaba los puños a sus costados.

—No me contestes así, chiquillo insolente— gritó— Después de la miseria que nos has traído ¿pretendes que sea suficiente?

Ciertamente Desya no lo había esperado pero tampoco había esperado que su madre gastara la pequeña fortuna tan rápido.

—Para ti…— continuó su madre haciendo un ademán hacia él, como si señalara algo desagradable que quisiera quitar de su vista— Sin ambición ni clase parecerá una fortuna pero lo que nos trajiste son apenas miserias. Obedece y trae al menos una carga igual.

Desya abrió los ojos ¿que decía su madre? ¿Una carga igual? Ya había sido un milagro que el príncipe tuviese aquella bolsa de monedas en su habitación, era la única habitación a la que tenía acceso fácil. Pero después del último robo, ¿cuál era la posibilidad de que una semana después hubiese una bolsa igual esperándolo?

—¿Qué haces ahí parado como un retrasado todavía? Recoge eso y lárgate. Espero que tengas el dinero para mañana.

Desya se quedó de pie e impotente en medio de la sala, despacio y temblando de ira recogió la bolsa de cuero del suelo.

—Si, madre— Fue su simple respuesta y se preguntó cuánto más podría seguir dándola.

Desya se infiltró esa misma noche al castillo nuevamente, justo como lo había hecho la primera vez. Según decía el diario de su padre, él y el rey actual habían sido compañeros de juegos de niños y amigos de adolescentes. Cuando el rey aún era príncipe y ocupaba la habitación del actual, éste le había mostrado a su padre un pasadizo que llevaba desde un pozo entrado en el bosque hasta aquella habitación. Era la salida que ocupaban para escaparse del antiguo rey e irse a nadar al lago, visitar bares, enamorar mujeres o simplemente ir a montar a caballo.

Cuando estuvo frente al lugar que daba a la pared falsa del príncipe, movió una piedra floja y revisó si había alguien en la habitación, cuando estuvo seguro de que no la había salió con cuidado de dejar la pared en su sitio. Si tenía suerte podría salir por ahí sin altercados como la última vez, había sido algo bueno que en aquella ocasión hubiese decidido tomar la precaución de cubrir su rostro y esperaba que ahora fuese una medida innecesaria que estaba repitiendo.


La habitación estaba a oscuras como la última vez y sólo por si acaso lo primero que revisó fue el cajón del que había sacado la bolsa de monedas la vez anterior. Lo abrió lentamente y escuchó un click e inmediatamente después el sonido del cañón de un arma disparándose. Se alarmó y se separó rápidamente del mueble. Estaba por correr de vuelta a la puerta falsa cuando una voz desde el balcón lo alertó de detenerse.

—Así que entras por la puerta y no desde el balcón ¿eh?— Desya vio la figura del príncipe recargada en el marco— Adelante, toma la bolsa del cajón, es la misma cantidad que la última vez— le indicó haciéndole una seña con la cabeza hacia el hermoso mueble tallado en olmo.

Desya dio un paso atrás y de reojo vio una bolsa en el cajón pero se negó a acercarse y caer en alguna trampa de aquel maldito.

—Adelante, puedes tomarla, no hay ningún truco en eso— Rodó los ojos con fastidio.

—¿Por qué debería confiar en ti?— preguntó frunciendo el ceño.

—Porque a diferencia de una escoria ladrona, la palabra de un príncipe vale, rata escurridiza— le respondió ofendido siquiera por la duda.

El príncipe gruñó y se enderezo descruzando sus brazos y caminando al mueble sacando la bolsa y lanzándola a Desya, que la tomó por reflejo sin saber qué demonios pasaba ahí.

—Toma, eres lo más divertido que me ha pasado últimamente así que te propongo un juego— Desya no quitó la mirada del príncipe por mucho que quisiera comprobar el contenido de la bolsa, estaba alerta, sentía que si se descuidaba un solo instante sería presa fácil para aquel sujeto.

—No soy el juguete de nadie— replicó apretando la bolsa y preguntándose si podría correr hacia la ventana lo suficientemente rápido como para que no lo alcanzara. Pero el príncipe estaba más cerca del balcón, quizá si lo hacía moverse…

—Oh, pero eres un ladrón ambicioso como cualquiera. Si aceptas jugar conmigo te dejaré ir hoy y no sólo eso— El príncipe comenzó a caminar hacia Desya y éste a alejarse intentando cambiar de posiciones y ser él quien quedara más cerca de la que había sido su salida provisional.

—¿Si? ¿Qué más?— le siguió la corriente, dibujando un semicírculo con sus pasos, él y Maximilian parecían un par de leones midiendo su fuerza antes de lanzar la primera mordida, aunque él en realidad se preparaba para escapar.

—Dejaré una bolsa igual cada semana en ese cajón— agregó.

La afirmación captó por completo la atención de Desya y detuvo su huir por un segundo, completamente desconcertado.

—¿Cómo?— qué demonios tenía aquel príncipe en el cerebro ¿arena?

—Lo que oyes ladronzuelo, dejaré una bolsa aquí cada semana, ese será el juego, si tu escapas ganas y puedes quedarte la bolsa, no te perseguiré, si te atrapo, entonces yo gano.

—Tu ganas ¿y entonces qué?— preguntó desconfiado, más interesado en llegar a la ventana y saltar que realmente en escuchar su respuesta.

Una sonrisa maliciosa se dibujó en los labios del príncipe. Le dedicó una lenta mirada desde los pies hasta el anticuado antifaz de tela que el ladrón usaba.


—Entonces serás mío…



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